I. Ingestión
La última vez que lo vieron fue en el jardín de las paradojas. Pasaba los días entre ruinas falsas,
un putto de grotta y el artificio de una estalagmita con fuente de pozo. Algunos dicen que
se perdió entre los arbustos, otros dicen que se lo tragó la tierra. Lo que pasó es que bajó al
pozo a buscar los deseos que nunca se cumplieron y no logró salir.
Antes, cuando contemplaba las oscuras aguas del abismo, podía distinguir esas monedas que
lanzó como divisas de intención. Más que un reflejo, encontraba ojos que regresan la mirada
desde las profundidades: es en el fondo donde se acumulan los anhelos fracasados. Y todos
sabían que cada vez que echaba una moneda al pozo, su deseo era transmutar en jardín.
Ahora, en las entrañas de la tierra, recibe las monedas de los demás. Plop, plop, plop, los
deseos entran al agua, pero nunca llegan al fondo. Y cuando las ambiciones ajenas son interceptadas,
se activa la maquinaria de la descreencia.
II. Digestión
Rodeado de los ojos del deseo, entendió que dentro del pozo el dinero funciona de forma irracional.
Cien centavos no hacen un peso, ni un dólar, ni un euro. Cien centavos hacen un deseo
con un déficit de 99 centavos. El tipo de cambio es arbitrario y por alguna razón la casa siempre
sale perdiendo. Toda promesa es una deuda.
Aún así, siempre pagaba el precio del deseo. El problema es que nunca fue claro con lo que
quería. Más que anhelos desinteresados, las monedas implicaban tensión ideológica. Invertir
fragmentos esperando recolectar enteros. “Turn Pennies into Dollars with Our Penny Machines,”
absurda promesa que sostiene la concepción materialista de la historia.
Una vez que dejó de pensar en números, empezó a pensar en recursos. Bien apilados, cien
centavos hacen un escalón. Y mil centavos hacen una escalera. Estimulado por los deseos
amontonados, pudo escalar las paredes del pozo. Así fue como logró invertir–no en un proceso
económico, sino invertir la gravedad.
III. Excreción
De vuelta a mirar de arriba hacia abajo, bienvenida sea su mirada. Ahora entiende la tercera
naturaleza, el jardín como el salvaje domesticado, naturalmente artificial. Pulsión de muerte
suprimida al transmutar en jardín. Pero ya no desea, ahora solo es. Ya no hay promesas, ni
anhelos, ni precios por pagar. Solo está ahí para ser contemplado. Qué paisaje tan grotesco.
Paulina Ascencio Fuentes, April 2021